¿Es posible un renacimiento del Museo del Louvre?

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Foto: Archivo

Problemas de seguridad, equipos técnicos obsoletos, climatización insuficiente de las obras de arte, ascensores averiados para personas con movilidad reducida… El Louvre se cae a pedazos y, sin embargo, el museo sigue atrayendo cada vez a más gente (nueve millones de visitantes en 2024).

Las cifras de visitantes muestran la tensión entre el atractivo del museo y las limitaciones estructurales del edificio, un antiguo palacio real en el que es imposible acoger más visitantes.

La particularidad de este geosímbolo es su proximidad al poder, en particular al poder presidencial. Las grandes obras del Louvre fueron inauguradas en 1981 por François Mitterrand; en 2000, Jacques Chirac inauguró el Pavillon des Sessions; en 2012, le tocó a François Hollande inaugurar el nuevo departamento de artes islámicas. En 2017, Emmanuel Macron celebró su victoria frente a la pirámide, y en 2025 ha anunciado el “nuevo renacimiento” del Louvre.

Eso es lo que hace que el Louvre sea tan especial: no es solo patrimonio nacional, sino también un verdadero símbolo. Además de estos actos, el museo acoge regularmente visitas de Estado para mostrar una determinada imagen de la cultura francesa. Sin embargo, la cultura francesa no es un bloque homogéneo. Hoy está fragmentada en la sociedad, pero también dentro y fuera de los muros del mayor museo de Francia.

Las ambiciones contemporáneas de los presidentes

Entre los anuncios de Macron para este “nuevo renacimiento del Louvre”, el primero es el traslado del cuadro más emblemático del museo, la Gioconda (símbolo del Renacimiento). Actualmente está expuesta en la Sala de los Estados, rodeada de una cuarentena de otras obras que se han vuelto invisibles al lado de una vecina tan cautivadora para el público.

La idea sería trasladarla bajo el patio llamado Cour Carrée, aunque sea una zona inundable, cerca de la nueva entrada del museo. Con un acceso especial, los visitantes podrían entonces contemplarla en un espacio que situaría la obra en el contexto de la historia del arte. Se ofrecería así una “experiencia Mona Lisa” al 100 %.

El segundo anuncio se refiere a una entrada a la altura de la columnata de Perrault, al este del museo. Esta zona, rodeada por las “zanjas de Malraux”, es poco acogedora e intransitable cuando llueve, lo que acentúa la ruptura con la ciudad. La inclusión de una nueva entrada en este punto redefiniría y descongestionaría el tráfico dentro del museo.

Por otro lado, la reubicación de dicha entrada no debería ser el resultado de trasladar el problema del punto A al punto B. Hay que pensar en cómo integrar mejor las entradas para repensar el flujo de tráfico en su conjunto y mejorar la relación entre el Louvre y la ciudad.

Y es que, además de los fosos que protegen el museo en el corazón de la ciudad, los diferentes estilos arquitectónicos urbanos –renacentista y neoclásico para el museo, y haussmanniano para los edificios vecinos– acentúan esta ruptura. Es necesaria una reflexión arquitectónica para rediseñar esta parte del paisaje urbano de París, utilizando un enfoque de “contraste retardado” que favorezca la articulación entre espacios.

Por último, está la idea de que los visitantes extranjeros de fuera de Europa paguen una entrada más cara. Este aumento compensaría en parte el déficit de ingresos necesario para aplicar todas estas medidas que Macron ha indicado que no costarán ni un céntimo a los contribuyentes. Sin embargo, su importe se estima que estará por encima de los 700 millones de euros, una suma asombrosa dada la actual coyuntura económica.

Se plantea la cuestión de cómo implantar este sistema de precios especiales sin menoscabar la protección de los datos personales. ¿Habrá que comprar el billete por internet y mostrar el pasaporte? ¿Se crearán colas, como en el aeropuerto, con una fila para “europeos” y otra para “no europeos”? En estos tiempos revueltos, la idea de una medida que estigmatice a los extranjeros de fuera de Europa no debería encontrar aceptación en un espacio cultural y, lo que es más, en un espacio tan emblemático como el Louvre.

Macron habla de poder acoger a 12 millones de visitantes de aquí a 10 o 15 años. Con sus estrechos pasillos y su arquitectura patrimonial limitada por el cumplimiento de las normas del cuerpo de Architectes des Bâtiments de France (ABF), el antiguo palacio real no puede absorber a tantos visitantes en buenas condiciones. Y, sin embargo, la financiación de las obras se basaría principalmente en la venta de entradas. De hecho, si nos fijamos en las cuatro principales fuentes de ingresos del museo en 2023 –aparte de las subvenciones del Estado, que ascienden a unos 100 millones de euros–, la más importante es la venta de entradas (95,9 millones de euros).

Además, hay otras partidas que también podrían contribuir: la licencia de la marca Louvre Abu Dhabi (83,1 millones de euros, que se deriva del acuerdo intergubernamental firmado en 2007 entre Francia y los Emiratos Árabes Unidos y prorrogado por 10 años hasta 2047), la valorización del patrimonio (25,2 millones de euros) y la asociación con los medios de comunicación y el patrocinio (20,6 millones de euros). Para el patrocinio, se parte de la participación del grupo LVMH, así como de otros eventos organizados regularmente por el museo. Aunque se consideren fondos propios, no hay que olvidar que el mecenazgo está exento de impuestos (40-60 %), por lo que en parte corre a cargo de los contribuyentes.

El simbolismo del Louvre frente a las realidades sobre el terreno

La cuestión de la financiación de las obras ha suscitado recelos entre los sindicatos del Louvre. En general, los anuncios han tenido una acogida muy desigual. Por muy seductores que sean, parecen estar desconectados de la realidad, mucho menos glamurosa, que viven los empleados, los contratistas y los proveedores de servicios debido a las condiciones de trabajo y de acogida.

Estos grandes anuncios reflejan una decisión difícil de tomar: elegir un funcionamiento normal con una capacidad manejable dentro de un museo extraordinario, u optar por un funcionamiento dedicado a satisfacer las demandas de un público cada vez más numeroso y deseoso de visitar un icono cultural.

Más allá de la experiencia museística, existe una dimensión práctica y material. En 2016, el proyecto Pyramide, dotado con 53,5 millones de euros, debía mejorar la acogida de los visitantes, dada la vetusta estructura de la entrada principal, que a menudo se compara con el vestíbulo de una estación. Sin embargo, no se ha hecho ningún cambio real, aparte de que los visitantes salen por el Carrusel. Y la gente que pasa por la pirámide se asfixia de calor bajo esta estructura de cristal.

En el departamento de artes islámicas, la proximidad del Sena provoca olores a veces desagradables y, en época de crecidas, los almacenes están en alerta. El traslado de algunas de estas reservas al Centro de Conservación y Recursos de Liévin (Pas-de-Calais), no lejos del Louvre-Lens, es una respuesta parcial a esta necesidad de preservar y conservar las obras. El museo está mal adaptado al cambio climático y a las prácticas museísticas.

Pensar el Louvre como parte de una red cultural y social

En este proyecto existe una ambigüedad entre el deseo de integrar mejor el museo en su entorno y la acogida de estos 12 millones de visitantes. Ni el Louvre ni su entorno pueden absorber 12 millones de visitantes al año en términos de gestión del flujo de visitantes. A modo de comparación, el MET y el British Museum reciben menos de 6 millones de visitantes al año. El Louvre no es un santuario; forma parte de un territorio con toda su complejidad.

¿Quizás deberíamos hablar más bien de reposicionar el museo en la sociedad, promoviendo una experiencia de mayor calidad? El Louvre está en el corazón de París, en una densa red cultural. Es necesario que estos lugares puedan apoyarse los unos a los otros para cambiar la perspectiva sobre el Louvre y comprenderlo mejor en su contexto urbano. Esta dimensión territorial no puede leerse sin la dimensión social ligada al museo; los discursos propuestos y las obras expuestas son todas ellas puertas de confrontación con la alteridad.

La dimensión simbólica y la reputación del Louvre son fuertes. El museo encarna a Francia por derecho propio.

Con información de Infobae