Desde hace décadas se investiga una posible acción anticancerosa del popular medicamento, con resultados variables. Un equipo de la Universidad de Cambridge ha demostrado, en modelos de roedor, que el mecanismo anticoagulante de la aspirina activa un elemento esencial de la respuesta inmunitaria que elimina las células tumorales invasivas antes de que puedan colonizar otros órganos. Los resultados se han presentado en la revista Nature.
Es quizá el medicamento conocido desde más antiguo que sigue utilizándose. Su impacto en el mundo ha sido tal que, según se cuenta, el filósofo José Ortega y Gasset bautizó los tiempos modernos como “la era de la aspirina”. Hace ya más de 125 años que se puso a la venta, pero continúa siendo uno de los fármacos más usados en todo el mundo, con 120.000 millones de tabletas consumidas al año, gracias en parte a sus beneficios cardiovasculares.
A ello se unen las numerosas investigaciones más recientes de su posible acción contra el cáncer. Un nuevo estudio explica uno de los mecanismos moleculares mediante el cual la aspirina podría frenar la metástasis cancerosa, una vía aún en exploración pero que apunta a un posible nuevo campo de aplicación para este medicamento clásico.
De analgésico a anticoagulante
El uso original de la aspirina contra el dolor, la fiebre y la inflamación tiene sus antecedentes históricos hace 3500 años, cuando en Egipto y Sumeria se utilizaba la corteza de sauce con fines medicinales. El principio activo responsable es el ácido salicílico, una hormona vegetal, pero sus efectos gastrointestinales adversos llevaron en el siglo XIX a crear un derivado más tolerable, el ácido acetilsalicílico. En 1899 la compañía Bayer comenzó a comercializarlo bajo el nombre de aspirina, y durante décadas este fármaco fue el rey de los analgésicos.
En la segunda mitad del siglo XX la aspirina vivió un renacimiento cuando se descubrió su acción anticoagulante que reduce la formación de trombos sanguíneos y el riesgo cardiovascular. Este efecto se debe a la inhibición irreversible de enzimas llamadas ciclooxigenasas (COX), responsables de la producción de un compuesto denominado tromboxano A2 (TXA2) que induce la agregación de las plaquetas en la coagulación sanguínea.
Este mismo efecto anticoagulante muestra ahora también una implicación en un mecanismo de la aspirina contra el cáncer, al menos en ciertos casos. El descubrimiento ha sido fortuito: en la Universidad de Cambridge, el inmunooncólogo Rahul Roychoudhuri no seguía la pista de los efectos de la aspirina sobre el cáncer, sino que buscaba genes implicados en la metástasis, el proceso de propagación de las células tumorales a otros órganos que es responsable del 90 % de las muertes.
Células dormidas
Un estudio previo había encontrado 15 genes en los ratones cuya supresión reducía la metástasis tumoral. Roychoudhuri y sus colaboradores han descubierto que uno de estos genes, llamado ARHGEF1 y expresado sobre todo en células sanguíneas, ejerce un efecto inmunosupresor en los linfocitos T, uno de los componentes esenciales de la respuesta inmune que no solo sirve para luchar contra las infecciones, sino también contra las células tumorales.
Cuando las células cancerosas escapan del tumor original para invadir otros órganos, es el momento en el cual el sistema inmunitario puede localizar y aniquilar esas células rebeldes. Según Roychoudhuri, “la mayoría de las inmunoterapias se desarrollan para tratar a los pacientes con un cáncer metastásico establecido, pero en la expansión inicial del cáncer hay una ventana única de oportunidad terapéutica, cuando las células cancerosas son especialmente vulnerables al ataque inmunitario”.
Fuente: SINC