La miel, es quizás el único alimento que nunca se pudre, incluso distintos arqueólogos han hallado tarros de miel aún comestible en tumbas egipcias de miles de años de antigüedad.
Además, los egipcios (no estos de ahora, los del Antiguo Egipto) cubrían también las heridas con este componente y luego tapaban la zona. La miel, como antibiótico natural, impedía que entraran microbios y bacterias; contribuyendo notablemente a la recuperación.
Por si fuera poco, en las famosas pirámides de Egipto, se encontraron vasijas de miel, en perfecto estado, con más de 3.500 años de antigüedad.
Pero, ¿Qué le vuelve tan especial? Pues, su composición química, caracterizada por su alta concentración de azúcar, principalmente fructosa y glucosa, es la que mata a las bacterias.
Este ambiente induce lisis celular por desecación, y su pH, que oscila entre 3 y 4.5, crea un entorno ácido inhóspito.
Además, la actividad de agua en la miel es baja, por debajo de 0.6, limitando aún más el crecimiento microbiano.
La glucosa oxidasa, una enzima en algunas mieles, cataliza la formación de peróxido de hidrógeno, actuando como agente antimicrobiano.
Las cualidades mencionadas son las conservantes naturales de la miel, que dificultan que la miel se eche a perder.
Con información de 2001