Cada vez son más las abuelas y abuelos que crían a sus nietos, producto de la migración venezolana en los últimos diez años. Una de las comunidades donde se evidencia esta realidad es la del sector Primero de Diciembre, en la parroquia Ramón Ignacio Méndez del municipio Barinas.
«Aquí, además, hay muchas madres y abuelas jóvenes», contó Jenifer Quintana, directora de la Unidad Educativa Fe y Alegría Alí Primera.
Si bien aún no cuentan con la cifra exacta, pues faltan alumnos por inscribirse, este año escolar identificaron que hay unos 25 abuelos (hombres o mujeres), y cerca de tres bisabuelas, al cuidado de sus nietos o bisnietos que estudian en el plantel.
En Venezuela se comenzó a emplear la expresión “niñez dejada atrás” alrededor de 2018 para hablar de niñas, niños y adolescentes que se quedaban al cuidado de familiares, amigos y vecinos, debido a que uno o ambos padres migraban en busca de mejores condiciones de vida.
Para 2020 la organización no gubernamental Cecodap —que trabaja por los derechos de la infancia y la adolescencia— estimó que que había 839.059 niñas, niños y adolescentes venezolanos alejados de sus padres por la migración forzada. Advirtieron que la situación de duelo migratorio puede afectar su salud mental y el rendimiento escolar.
“El comportamiento de los niños podríamos decir que es normal, sin embargo, en algunos momentos demuestran la necesidad de tener ese contacto con las madres, que los vean crecer, que vean sus triunfos, que también los acompañen en sus enfermedades”, explica Quintana.
Las edades de estos nuevos cuidadores están entre los 48 y los 70 años.
“Muchos abuelos ya están cansados, enfermos y necesitarían disfrutar de los nietos, aunque los atienden con mucho amor, pendientes de traerlos, de sus útiles, de su uniforme”.
La docente relata que algunos de los abuelos, al quedar a cargo de la crianza, tuvieron que buscar otras entradas de ingresos, como vender helados y golosinas, o regresar a la actividad laboral para satisfacer las necesidades de sus nietos.
De acuerdo con el último informe de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2023, dentro de las figuras que brindan el acompañamiento pedagógico en el hogar, se encuentra la madre que ocupa 71 %, abuelos 7 % y padre y hermanos, 5 % cada uno, otras 4 %, nadie 10 %.
Los abuelos se las ingenian
La encuesta Encovi también indica que entre el 2017-2021, el número de migrantes hombres era mucho mayor al de mujeres; más recientemente, ha aumentado el número de mujeres con fines de reagrupación familiar.
Los abuelos entonces han asumido la crianza de los nietos ante la ausencia de los padres.
Tal es el caso de María Inocencia Bracca, de 70 años de edad, obrera jubilada de Hidroandes, cuida a su bisnieta de 9 años de edad, hija de su nieta de 25 años, actualmente, en Chile. El dinero que regularmente le envía la madre, entre 3 y 5 dólares, lo emplea para los gastos de comida. “Yo todavía estoy dura”, dice. Todos los días lleva a la niña al colegio y en horas de la tarde a las clases de música en la Casa de la Cultura.
María Eugenia Cedeño, de 63 años de edad, cuida a dos nietos, de 11 y 8 años, mientras su hija permanece en el trabajo. El abuelo también suele buscarlos en su bicicleta.
María García tiene 53 años de edad y tuvo siete hijos. Su hija de 26 años se encuentra en Estados Unidos, por lo que cuida a su nieta de 6 años. Antes de emigrar, la madre permaneció cuatro años con la niña en Ecuador. “Esta niña es mi responsabilidad, mientras mi hija regresa”.
Andrea Díaz tiene 59 años de edad y cuida de su nieto de 8 años. El padre vive en República Dominicana y la madre en Perú. “Vamos a hablar rápido que me está esperando un mototaxi”, dijo la enérgica mujer, durante la entrevista, a la salida de la escuela.
También a los abuelos les ha tocado participar en la crianza. César Cruz de 60 años de edad cuida a su nieta porque el padre de ella falleció y la madre vive en Estados Unidos. “Es duro, en la mañana las clases, en la tarde deportes y tareas dirigidas, el aseo, la educación”.
Se contenta al saber que sus nietos estudian en esta institución. Lo dice con el orgullo de haber egresado del colegio Fe y Alegría en el estado Mérida, donde conoció al padre Vélaz, su fundador.
Julio Medina tiene 46 años de edad y trabaja como mototaxista. “Él dice que estoy viejo”, refiriéndose a su nieto que bromea cuando se le pregunta la edad. Los padres del niño se encuentran en Estados Unidos, pero viven separados. “Es como otro hijo para mí”.