Aunque la típica imagen del paso de El Niño en Perú son inundaciones y casas arrasadas por las fuertes lluvias, en el sur andino el daño es casi invisible. Las sequías que provoca este fenómeno actúan como una lenta enfermedad que debilita al ganado y arruina los cultivos de familias agricultoras ya de por sí vulnerables.
«Cuando hay mucha sequía, nuestros cultivos se malogran. Encima de que no hay agua, viene el hielo, eso también nos malogra. Todo eso ocasiona una pérdida económica. Usted verá que vivimos solamente de la agricultura y siembra, esperanzados en que nos va a dar algo de rentabilidad para poder sostener nuestra familia», relata a EFE Timotea, una campesina altoandina.
Desde su campo de cultivo de papas y maíz en el poblado Nueva Esperanza, en el departamento de Junín (centro), mira frustrada el suelo agrietado mientras recuerda como el año pasado perdió la mitad de su cosecha por la falta de lluvias.
«Están bajos los precios de la patata y además nos afecta la producción y no tenemos mucha producción», expresa Mila, también campesina, en un breve descanso de su labor agrícola mientras masca hoja de coca.
Ella y su esposo, al igual que el resto de sus vecinos, hacen una pequeña inversión cada año para semillas y fertilizantes, pero, si la sequía golpea fuerte, su precariedad aumenta tanto que se pone en riesgo su seguridad alimentaria.
«Las pérdidas en estas localidades son muy grandes, ahora mismo vemos que muchos agricultores están haciendo trabajo, pero la inversión que ellos colocan no siempre es recuperada (…) si no la recuperan, pierden el capital y van sufrir todo el año», sostiene el asesor nacional de gestión de riesgo de desastres y cambio climático de Save the Children en Perú, Luis Romero.
Miedo a El Niño de 2024
«Nosotros tenemos miedo porque (las sequías) realmente llegan así, sin más, no llegan capacitaciones, no vienen nada a prepararnos a la gente acá del campo y no sabemos cómo defendernos o qué hacer. A veces nos encontramos desesperados porque no hay mucha información, nos agarra desprevenidos», sostiene Timotea desde sus tierras a 3.000 metros de altitud.
En San José de Apata, otro pequeño pueblo aún más alto, el vicepresidente de la comunidad, Elvis de la Cruz, cuenta el mismo problema que sufrieron los agricultores y ganaderos el año pasado y que todos temen que se vuelva a repetir este año.
«Nos afectó bastante la sequía y había heladas en el en la temporada que no necesitábamos heladas. Lo que necesitábamos era la lluvia. Entonces la producción bajó bastante (…) porque las plantas de papa no crecieron normalmente y la producción ha disminuido casi un 50 %», indica.
El último informe de la Comisión Multisectorial encargada del Estudio Nacional del Fenómeno El Niño (Enfen) ha pronosticado para los próximos meses en el sur del país lluvias por debajo de lo normal, «particularmente en la sierra sur oriental», y el Gobierno ha declarado una alerta de emergencia a 316 distritos por riesgo de déficit hídrico.
«La acción frente a las sequías muchas veces se minimiza y siempre se atiende una vez que existen los daños visibles como la muerte de animales. Pero antes de que se mueran los animales se murió el cultivo y en ese lapso de tiempo entre que se muere el cultivo y el ganado, El Niño, La Niña, la familia deja de consumir alimentos», indica Romero, que incide en la importancia de la prevención.
Soluciones ante la falta de agua Timotea pide a las autoridades «que pisen el campo» y que les ayuden en soluciones de prevención y almacenamiento de agua. Pero también afirma que el riego tecnificado sería lo ideal, algo que nunca le ha hecho falta en las décadas que lleva dedicadas al campo.
Y el vicepresidente de San José de Apata también demanda lo mismo, ayuda para que los efectos de este fenómeno no golpee tan fuerte sus débiles economías familiares.
«Quisiéramos que el gobierno local, el regional, se conciencie sobre esto y venga y vea las necesidades que tenemos. Necesitamos en tiempo de sequía que nos hagan cochas (pequeños reservorios o lagunas artificiales) para tener agua y poder hacer nuestros riegos permanentes y también para los animales, para que puedan beber», señala.
Varios expertos coinciden que se pueden dar soluciones que combinen avances tecnológicos y precisos pronósticos meteorológicos con métodos ancestrales andinos como la siembra y cosecha de agua, plantación de ciertas especies vegetales y la recuperación de tradicionales canales de irrigación.
«El manejo de las cochas es un mecanismo no solo ancestral, sino que combina la infraestructura natural con la que puedes colocar entre piedras agua y ayudar a que haya una mayor acumulación», explica la directora de Descocentro, Asociación Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo Andino Amazónico, Ángela Dionisio.
Pero advierte que no existen políticas públicas que financien este tipo de proyectos y que las soluciones se dan cuando la sequía ha causado el daño, por lo que es esencial una mayor atención a las comunidades rurales para garantizar al menos su seguridad alimentaria.
Con información de EFE