El papa Francisco visitó este lunes la sede del Ayuntamiento de Roma, el Palacio del Campidoglio, y celebró la milenaria historia de la ciudad, ensalzando su «rostro acogedor» con turistas, peregrinos y migrantes antes del Jubileo del 2025.
«Es un evento de carácter religioso, una peregrinación orante y penitente para obtener de la misericordia divina una más completa reconciliación con el Señor.
Pero eso no puede no implicar a la ciudad en la atención y las obras necesarias para acoger a los muchos peregrinos que la visitarán», dijo el pontífice ante los trabajadores municipales y el alcalde, Roberto Gualtieri.
El papa aseguró que el Año Santo, por el que gran parte de la ciudad está actualmente en obras y cuando se espera la llegada de unos 30 millones de fieles, «podrá también tener un efecto positivo en el rostro de la ciudad, mejorando su aspecto y haciendo más eficientes sus servicios públicos».
«Esto es muy importante. A mí me gusta ir a las parroquias de la periferia. Yo vivo en el centro (Vaticano), y eso es muy fácil, pero hay que ir a la periferia», apuntó, en tono irónico.
Por eso, agradeció a las autoridades los programas de mejora urbana que se están llevando a cabo en los últimos meses (se han invertido unos 3.000 millones de euros en obras en el centro y la periferia de la capital).
El pontífice llegó al histórico palacio del Campidoglio para una visita de dos horas y en primer lugar se asomó a los imponentes Foros Romanos, con vista al Palatino y al Arco de Septimio Severo.
El papa fue acogido después con un largo aplauso en la sala Julio César del Consistorio, en su asamblea, y en su discurso ensalzó la vocación «universal» de Roma, fundada hace casi tres milenios.
«Roma antigua, a causa del desarrollo jurídico, de su capacidad organizativa y de la construcción a lo largo de los siglos de instituciones sólidas y duraderas se convirtió en un faro para muchos pueblos que buscaban estabilidad y seguridad», elogió.
«Ese proceso le permitió ser un centro irradiante de civilización y acoger a personas procedentes de cada parte del mundo, integrándolas en su vida civil y social, hasta permitir a unos pocos de ellos asumir los más altos cargos del Estado», agregó.
Roma con el tiempo pasó de ser la «ciudad de los Césares», del imperio alrededor del Meditérraneo, a ser la ciudad «de los papas» tras su cristianización: «Muchas cosas cambiaron pero la vocación universal de Roma fue confirmada y exaltada», dijo.
Tal es así que aquel «imperio» creció con la evangelización de gran parte del mundo: «La misión de la Iglesia no tiene fronteras en esta tierra, porque debe hacer conocer a Cristo a todos los pueblos, su acción y sus palabras de salvación», defendió.
Francisco subrayó que este «espíritu universal» de Roma «debe estar al servicio de la caridad, al servicio de la acogida y de la hospitalidad».
«Que los peregrinos, turistas y migrantes, quienes se hallen en grave dificultad, los más pobres, las personas solas, los enfermos, encarcelados, los excluidos sean los más fidedignos testigos de este espíritu», auguró el pontífice.
Y añadió: «Que puedan atestiguar que la autoridad es tal cuando se pone al servicio de todos, cuando usa su legítimo poder para atender las exigencias de la ciudadanía y, en modo particular, de los más débiles y de los últimos».
Por último, el papa reivindicó la necesidad de que «renazca en todos la conciencia del valor de Roma», una ciudad cuyo origen, recordó, se encuentra «entre las ruinas de Troya».
Francisco antes había firmado en el Libro de Honor del ayuntamiento y tras su discurso se asomó a su balcón central, que se asoma a la monumental plaza del Campidoglio, proyectada por Miguel Ángel, para saludar a las personas congregadas y pedirles que rezaran por él «a favor».
Con información de EFE