Payasos de hospital, una cura emocional para quienes más lo necesitan

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Foto: Archivo

En EFEsalud han hablado con Sergio, Laia y Julián, tres payasos de varias asociaciones agrupadas en la Federación Española de Payasos de Hospital “Clowns por la Salud”, que cuenta con más de 100 profesionales y reivindica la integración de esta figura en el sistema sanitario porque “la risa es una cosa muy seria”.

De ese pensamiento es el presidente de la Federación, Sergio Claramunt, quien es payaso desde hace 41 años y lleva el humor a los hospitales desde hace algo más de 30. Supo que quería hacerlo cuando se encontraba en Francia, donde terminó sus estudios de arte dramático.

Compañeros suyos habían empezado a trabajar como payasos en hospitales y le invitaron a ver una sesión. Asegura que se enamoró totalmente del trabajo. Tras el impacto emocional que le supuso la reacción de los niños y niñas ingresados decidió dedicarse a ello.

“No podía dejar de hacer este trabajo para la gente que más lo necesita en el momento que más lo precisa”, asegura Sergio, quien años después regresó a España, en concreto a Valencia, donde entonces la figura de payaso de hospital no existía y casi en España no había. Así fundó la asociación Payasospital.

Conocer a los pacientes

La gran diferencia de actuar con pacientes cuenta Sergio, es que tienes que conocer muy bien el hospital, las diferentes unidades y servicios. De hecho, siempre trabajan en colaboración con el equipo sanitario.

Por eso los payasos de hospital tienen que saber las patologías más frecuentes que se van a encontrar en los pacientes, pero también tienen que estar preparados para los tipos de tratamiento y sus ciclos. La formación psicológica es fundamental para ser capaces de enfrentarse a situaciones de sufrimiento, de dolor y de muerte.

“No te vas a encontrar como en un teatro que van a verte niños sanos con sus familias”, afirma Sergio.

Desde la provincia de Barcelona, Laia Iglesias lleva también la cura emocional a los hospitales con su clown.

Pertenece a la asociación Pallapupas, en la que lleva más de 15 años. Hasta entonces había trabajado como técnica de laboratorio haciendo extracciones de sangre y ya aplicaba un poco la distracción, la cura emocional del paciente que iba. También hacía teatro en su tiempo libre.

El primer día como payaso de hospital fue difícil, pero lo disfrutó tanto que decidió continuar hasta hoy. Acude como mínimo tres veces a la semana a distintos hospitales. Tras el traspaso de información con enfermería y el equipo médico sobre los pacientes, se viste y empieza.

Acompañar con el humor

No va sola, suelen ir en pareja y trabajan “codo con codo” con el equipo sanitario. A veces los payasos de hospital van a cada habitación de la planta de pediatría o acompañan a los enfermos hasta el quirófano o están con ellos durante el proceso de sedación hasta que se duermen antes de una intervención. O a hacerse una punción o un análisis, lo que haga falta.

“Les alivia tenernos allí, les distrae y ven que eso está para ayudar”, cuenta Laia, quien explica que siempre trabajan desde la improvisación, en función de cómo está el paciente, qué les dice o que está haciendo. Todo ello les sirve de motor.

Pero no es solo hacer reír. Los médicos hacen su labor, la enfermería hace su labor y ellos también. Ocupan la parte emocional, la del acompañamiento, la de la reducción de la ansiedad, la de quitar el miedo. Y eso lo hacen de diversas formas, puede ser con la risa, con la poesía o también con la música, entre otros recursos.

“Intentamos acompañar a través del humor, porque somos payasos, pero tocando muchos recursos. A veces no se trata solo de hacer reír, sino de hacer que paren de llorar o de conseguir que coman o de conseguir que abran los ojos”, relata Laia.

Pero también de que les griten o que lloren, porque cualquier desbloqueo de la emoción está bien.

Todo ello en un espacio hostil como es un hospital, donde la gente no lo ha pasado bien y aunque hay mucha diversidad entre los pacientes, ya que no es lo mismo un niño pequeño, que un adolescente o que un adulto, Laia destaca que “el humor y la risa son universales”.

Lo más duro

Para esta ‘clown’ de hospital lo más duro son espacios como la UCI pediátrica, la planta de oncología, sobre todo la de niños, o donde se encuentran los mayores con demencia.

“Lo que he aprendido en estos años que llevo trabajando es que los niños saben muchísimo más de lo que nos pensamos. Y que también en muchísimos casos se les explica bastante. Todo porque tienen derecho a saberlo. Nos pensamos que no se enteran pero no es así”, apunta.

Y dice con pesar que han tenido varios niños que por desgracia han muerto y sabiendo que se iban a marchar estaban muy enteros. “Te dejan muy tocada y te sorprende que están preparados para la muerte”, señala Laia.

Para superar el trago, reconoce que la máscara más pequeñita del mundo, que es la nariz de payaso, “sirve un poco como refugio”: “Supongo que como los médicos, que se ponen la bata también y parece como que distancian un poco, eso te protege un poquito”, reflexiona.

En su opinión, la figura del payaso de hospital debería estar siempre y en todos los hospitales, no solo una vez o dos a la semana.

“Líquido a secas”

Julián Contreras también lo cree así. Él pertenece a la asociación Saniclown, en Madrid. Y se hizo payaso de hospital tras ver la película “Patch Adams”, sobre la vida del famoso doctor, experto en risoterapia, protagonizada por Robin Williams. Ya hacía teatro y “se tiró de cabeza” a aprender clown primero.

Su asociación va a distintos hospitales de la capital, como el Niño Jesús, el Clínico San Carlos o el Gregorio Marañón; en este último interviene con los pacientes adolescentes de psiquiatría, que es de lo que más le gusta.

“A los adolescentes les mola mucho la idea de aprender a improvisar porque al hacerlo se sueltan mucho, sueltan su creatividad y de repente ahí estás con ellos, haciendo escenas de humor”, dice Julián o “Líquido a secas”, como se llama su clown.

Hace hincapié en que todo lo que hace un payaso de hospital “tiene un toque terapéutico” porque van a un entorno donde el juego, el humor o la risa “están un poquito más de lado”.

Empoderamiento

Pero no por llevar una nariz de payaso, los niños ya están predispuestos a jugar y colaborar. Los payasos dan la opción a los pacientes de decidir si quieren que se queden o se vayan y ninguna de las dos opciones es mala.

“Hemos trabajado mucho en reforzar, si no quieren que entremos, nos parece muy bien porque al final estás entrando en un sitio muy íntimo y pueden haber pasado cosas muy desagradables en ese momento o estar pasando por alguna situación que no les apetezca. También nos pasa que hay padres que nos dicen que sí y niños que no, y ahí también respetamos al niño”, indica Julián.

Estos payasos de hospital no van con la cara pintada ni con pelucas estridentes, lo único que nunca falta es la nariz de payaso. Es la carta de presentación.

En Saniclown, de la mano del Niño Jesús, han comenzado también a ir domicilios de pacientes que están en cuidados paliativos.

Un privilegio

Julián asegura que sabe que es un trabajo que para muchos puede ser duro, pero en su caso señala que lo que le ofrece la profesión es “el lujazo y el placer de poder llevar humor” en momentos en los que la emoción está floreciendo.

“Es muy bonito y muy íntimo y es para mí un privilegio que una familia abra sus puertas y me deje acompañarlos en esos momentos en los que no hay barreras emocionales, no disimulamos nada”, incide.

En definitiva, lo que aporta “Líquido a secas” o tantos y tantos otros payasos de hospital es, en primer lugar, dar al niño la posibilidad de decidir, pero también de que juegue y no solo durante el tiempo en el que estos profesionales están en la habitación.

“Yo al final voy a estar un rato pero se queda el juego, que es lo que realmente queremos que pase, o al menos que lo pueda rescatar cuando quieran”, añade.

Por eso, considera que los payasos deben estar en todos los hospitales y apela a un mayor apoyo público para mejorar la vida de quienes más lo necesitan.

Con información de EFEsalud