Apenas están en etapa de crecimiento, acaban de dejar de jugar con muñecas; algunas recién tuvieron su primera menstruación y la primera emoción que experimentan las adolescentes cuando descubren que están embarazadas es que «el mundo se les viene encima». El miedo por conocer la verdad y por ser rechazadas por sus padres las arropa. El temor de ser abandonadas por sus parejas y de ser señaladas por el dedo inquisitivo de la sociedad, trastoca su salud mental. Por eso, estas jovencitas son más propensas a sufrir depresión posparto, según médicos, psicólogos y terapeutas infanto – juveniles.
En Venezuela no hay cifras oficiales actualizadas sobre el índice de embarazos precoces, pero hasta 2020, según datos del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa 2020), la fecundidad en adolescentes en el país se ubicaba en 85,3%, la más alta de Latinoamérica. Hace 11 años, la mayoría de los embarazos de este tipo atendidos en centros de salud pública eran de menores de 15 a 19 años, y un 10% tenía entre 10 a 14 años.
En promedio, un 70% de esos casos son embarazos no deseados, según informó el doctor Huniades Urbina, presidente de la Academia Nacional de Medicina. «Porque frecuentemente se dan por abuso, maltrato, coacción, y ocurren cuando la joven está empezando a menstruar, no ha recibido educación sexual en su hogar ni en la escuela, por ende puede desconocer los métodos anticonceptivos y no está ni preparada orgánicamente ni psicológicamente para tener un embarazo», enfatizó el también médico pediatra-intensivista.
Elaine Mogollón, psicóloga de la Asociación Civil Proyecto Escúchame, dedicada a la defensa de los derechos de niñas, niños y adolescentes, advierte que las jóvenes de 10 a 19 años son las que presentan mayor incidencia de desarrollar depresión posparto, en comparación con mujeres adultas.
«La depresión y la ansiedad que experimentan viene cargada del prejuicio, la estigmatización, críticas que sufren porque los padres tienen la visión general de que su futuro está truncado y la sociedad las invalida. Todo esto hace que la adolescente no pueda vivir un proceso normal de gestación. Eso las expone a situaciones de riesgo. La idea del suicidio pudiera estar presente, se generan algunas conductas de consumo de alcohol, drogas, algunas prácticas sexuales también pudieran derivarse», advierte.
Marlys Corova, terapeuta y psicopedagoga, argumenta que la etapa de embarazo se convierte en nueve meses de sufrimiento, y que es usual que las jovencitas se sientan abandonadas, porque además sus parejas probablemente también menores de edad, no se responsabilizan del bebé ni de la crianza.
«Entonces estas adolescentes no desarrollan un apego afectivo materno; es decir, ni en su embarazo ni luego del alumbramiento tienen un vínculo emocional con su bebé. Ese niño, además, pudo haber somatizado las emociones de rabia, miedo, culpa y vergüenza que experimentó su madre durante la gestación», añadió.
Explica que al ser niños no concebidos con amor, terminan siendo las principales víctimas de los problemas de salud mental de sus madres y de la carga emocional que tiene su entorno. Aclara que hay excepciones, probablemente entre un 5 y 10% de los casos sí logra vincularse afectivamente con su embarazo y su bebé, pero esto depende mucho del apoyo familiar, y la orientación psicológica y terapeuta son claves para lograr un embarazo sano y de aceptación.
«Estas niñas, porque prácticamente es lo que son, necesitan de acompañamiento siempre, y la ayuda fundamental se las proporciona la familia, luego un especialista para que el bebé esté bien y ella tenga buena salud para tenerlo y afrontar el embarazo y el parto», añade Marlys Corova.
Con información de La Prensa de Lara