En ocasiones se ha tildado a Sorolla de impresionista, aunque de manera más generalizada suele incluirse entre los pintores luministas, dentro de la corriente homónima europea. Se trata de movimientos casi coetáneos, aunque el luminismo —originario de Estados Unidos y descendiente del paisajismo inglés— florece algunas décadas antes, pese a que su impacto en Europa acontece en paralelo al impresionismo.
Lo cierto es que ninguno de los dos encasillamientos acaba de ajustarse satisfactoriamente a su obra, que elude caprichosamente cualquier intento de clasificación. Temáticamente, en cambio, su pintura se alinea en ocasiones con el realismo o, incluso, con el regionalismo, tan en boga en aquellos años.
Quizás por esto la historiadora Priscilla Muller proponga el término «sorollismo» como el más justo para definir el estilo de Sorolla, de manera análoga a lo que sucede con otros artistas que, liberados de cualquier corsé estilístico, desarrollan un lenguaje personal, reacio a adscribirse a cualquier tendencia concreta.
Luz y detalles
En un sentido técnico-estilístico, la pintura luminista presuponía un especial interés por la luz como protagonista absoluta en la obra y una cierta atención al detalle, con acabados refinados y pulidos, aunque con el tiempo evoluciona hacia una pincelada algo más suelta.
El impresionismo, en cambio, no concede relevancia alguna al detalle, y la luz —descompuesta— reverbera en los objetos sobre los que incide. La pincelada adquiere entonces un énfasis inusitado, tornándose corta, suelta y no fundida; una suerte de unidad cromática autónoma, como acontece con los puntillistas y divisionistas, que construyen sus obras casi como si de mosaicos se tratase.
Así, tanto luministas como impresionistas estaban preocupados por la plasmación plástica de la luz, aunque de una manera distinta: mientras que los primeros solían centrarse en una captación atmosférica de la luz —convertida, en realidad, en el objeto de la representación—, los segundos, mucho más sensoriales, trataban de atrapar el instante efímero del que, obviamente, era copartícipe la luz.
Ambos movimientos compartían también determinados preceptos, como el ejercicio de la pintura fuera del estudio (plenairismo) o la preferencia por la temática paisajística, alejada casi siempre de la figuración humana. A Sorolla, en cambio, se le conocen más de 800 retratos, y rara es la obra en la que la figura no está presente.
Impresionismo y color
Pero, más allá de esta consideración, no resulta difícil establecer claras analogías entre ejemplos de impresionismo y muchas de las obras de Sorolla, al menos desde la distancia que concede una cierta perspectiva histórica. La obra pictórica de Sorolla no se explicaría sin los avances que en materia artística, estética y técnica habían llevado a efecto los impresionistas alguna década antes. Paradójicamente, Sorolla los denostaba; los consideraba (como los tilda en una carta a su amigo Pedro Gil) una «plaga de holgazanes», capaces tan solo de «chifladuras».
Sin embargo, las facturas inacabadas, imbuidas de premura; frescas, velocísimas, profundamente sueltas; de pinceladas pastosas y corpóreas, tan propias de los impresionistas, aparecen también en su pintura. Se trata en esencia de un modo de ejecución alejado de los dictados academicistas más estrictos; una maniera técnica en la que el componente expresivo se hace bien patente y se pone al servicio de la plasmación sensorial del momento. En este sentido, cabe afirmar que tanto las obras de Sorolla como las de los impresionistas quedan embebidas de una inevitable subjetividad, una cierta libertad creadora que les permite una representación personal de las cosas, como se perciben, y no como objetivamente son.
Con información de Muy Interesante