Una sola pregunta detonó múltiples respuestas en redes sociales: “¿Dónde están las mujeres venecas que son las boletas?”. El más reciente tema del grupo Rawayana y el rapero Akapellah revivió un viejo debate que cada tanto surge para cuestionar los cambios que la propia identidad del venezolano ha sufrido en los últimos años producto del éxodo, y las brechas culturales que se abren entre aquellos que se quedaron en el país, y los que están en la diáspora.
Algunos señalan que usar la palabra es ofensivo, ya que se convirtió en un insulto común entre extranjeros para referirse a los venezolanos; otros reivindican su uso como una nueva forma de gentilicio, quitándole esa carga negativa para enfocarse en las cosas positivas de su gente. Incluso hubo quienes aprovecharon la canción para plantear otras cosas como el machismo normalizado en la música o la apropiación de la cultura de los barrios, antes marginada por los mismos sectores que hoy la comercializan en una versión más potable.
En todos los casos, existe una contrapregunta para ese coro pegadizo: ¿está realmente bien que los venezolanos se refieran a sí mismos como “venecos”?
Peyorativo
Natalia Henao Tamayo es escritora e investigadora del Centro de Estudios de Política Internacional (CEPI) de la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Por tres años ha estudiado los discursos de odio contra migrantes en América Latina, y encontró que la palabra “veneco” es una de las que más se usa de forma despectiva en la actualidad tanto en redes sociales como medios de comunicación.
“Esta palabra se usa de manera peyorativa, deshumanizante, y depende de su uso y del contexto en el que esté. Puede ser para las mujeres como un sinónimo de prostituta; o de o malandro para los hombres. Ladrón, callejera, mala madre. Se puede usar en diferentes contextos, siempre peyorativo”, comentó en entrevista para El Diario.
Precisamente el Proyecto Migración Venezuela realizó un sondeo en mayo de 2022 a colombianos en la calle para preguntarles de qué forma usaban la palabra veneco. “Cuando veo que roban”; “Cuando veo algo negativo en ellos”; “Cuando me da rabia por un robo, la uso”, fueron algunas de las respuestas. Todas bajo contextos negativos, incluso como barreras semánticas para separar a los que consideran “venezolanos decentes”, por lo general migrantes regulares con educación y trabajos estables, del “veneco” que vive en los bajos fondos, o en situaciones socioeconómicas más precarias.
Henao coincide en que en la actualidad, la palabra veneco carga consigo una fuerte connotación no solo xenófoba, sino también de clasismo, racismo y misoginia. Esto último pues, en el caso de las mujeres venezolanas, se agrega una capa extra de estereotipos y estigmatizaciones, al ser consideradas como promiscuas, atrevidas o “roba maridos”.
El término también acabó relacionado al mundo de la prostitución debido a la cantidad de migrantes que ejercen como trabajadoras sexuales, bien sea empujadas por necesidades económicas, o por estar cautivas en redes de explotación y tráfico de personas.
Origen de la palabra
El Diccionario de Americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española define veneco/a como “relativo a Venezuela”, aclarando que se trata de un adjetivo popular y peyorativo. Sin embargo, esta palabra tuvo un origen completamente diferente, y que refleja no solo la mutabilidad del lenguaje, sino también las complejas relaciones socioculturales que han tenido Colombia y Venezuela a lo largo de su historia.
La versión más extendida, y que comparte Henao, afirma que el término se originó alrededor de los años setenta para referirse a los colombianos que migraban a Venezuela, o a sus hijos, quienes ya crecían adoptando el acento y costumbres del país. Era el acrónimo de “venezolano-colombiano”. En ese entonces no se consideraba una palabra despectiva, solo para describir un fenómeno de integración y sincretismo que en la actualidad se mantiene, aunque en sentido contrario.
Con el tiempo, la realidad económica de Venezuela cambió, y aquel país que antes recibía migrantes de todo el mundo se sumergió en una emergencia humanitaria que le llevó a exportar su propia diáspora. Un éxodo masivo que empezó justamente por Colombia a partir de 2015, y luego se extendió a otros países de la región como Perú, Chile o Argentina.
Hostilidad
Con el aumento de la migración, también se incrementó la hostilidad de los locales en la medida que comenzaban a llegar más venezolanos en situaciones de vulnerabilidad, como mendigos, comerciantes informales o delincuentes. La investigadora resalta que en buena parte esto fue impulsado también por discursos difundidos en redes sociales y medios de comunicación con el fin de segregar o usar a los migrantes como chivo expiatorio para intereses particulares.
“Tiene mucho que ver con lo que está pasando en el continente, con las nuevas derechas, estos nuevos discursos de odio, en donde satanizan al otro, o encarnan al venezolano, por ejemplo, en toda esa maldad, en que todo lo que pasa es culpa del venezolano, porque es el nuevo que está aquí. Me viene a quitar el trabajo, me viene a quitar el hombre”, agregó.
De hecho, el rechazo hacia la migración venezolana en Latinoamérica ha trascendido incluso barreras ideológicas. Ejemplo de ello se ve en países como Chile o Argentina, donde los discursos de odio contra los venezolanos suelen venir de grupos identificados con la extrema izquierda. Basta buscar “venecos fachos” en plataformas como X (antes Twitter) para encontrar todo tipo de comentarios xenófobos y racistas en discusiones políticas de estos países.
Reivindicación
Sin embargo, la propia naturaleza cambiante del lenguaje ha llevado a que en los últimos años la palabra veneca sea objeto de nuevas transformaciones y resignificados. En una entrevista para Unión Radio, el presidente de la Academia Venezolana de la Lengua, Horacio Biord, comparó la reapropiación del término con la palabra “chamo”, que también surgió de forma despectiva y se normalizó al punto de ser hoy parte del habla cotidiana venezolana.
“Aunque comenzó siendo algo despectivo, como muchas otras palabras, (veneco) se ha transformado y puede convertirse ahora en una expresión que denota cariño”, dijo.
Como parte de sus investigaciones, Henao Tamayo también ha estudiado el fenómeno del contradiscurso. Es decir, cuando se resignifican las palabras para despojarlas de su carga violenta y convertirlas en dignidad. No obstante, reconoce que es un proceso arduo y constante, que requiere de mucho trabajo por parte de los actores políticos y sociales, tanto venezolanos como extranjeros, para vencer las narrativas impuestas.
Ese esfuerzo de reapropiación de la palabra veneco ha cobrado mucha fuerza en los últimos años dentro de Venezuela. Comenzó justamente en Internet, entre generaciones más jóvenes que usaban el término de manera irónica y con humor, y progresivamente evolucionó a todo un movimiento que intenta condensar en él todo lo peso cultural de lo que significa el gentilicio, casi como si fuera un diminutivo de venezolano.
Parte de eso se refleja, o por lo menos es lo que intenta plasmar en “Veneka” de Rawayana y Akapellah. Allí se trata de enlazar elementos de la venezolanidad y referencias a ciudades del país con una oda a la mujer venezolano. Henao tiene sus reservas sobre el propósito de la canción, llevando sus críticas más hacia el tema de la sexualización y preservación de estereotipos femeninos.
A pesar de esto, aseguró que sí es posible promover un contradiscurso para resignificar la palabra veneco (o veneca) de manera positiva desde Venezuela. Esto sin olvidar nunca el uso altamente ofensivo que sigue teniendo afuera, y que incluso genera choques con los venezolanos que han desarrollado aversión a la palabra por las experiencias negativas que han sufrido en otros países.
“Yo creería que si una persona que no es venezolana se refiere a otro como veneco, creo que sí es una palabra ofensiva”, advirtió. Pero también cree que dentro de Venezuela sí se puede usar de una manera diferente. Comparó esta dicotomía con el fenómeno que ocurre en la cultura afroestadounidense con la palabra “nigga” en contraposición al insulto racista “nigger”.
Fluir con las palabras
La escritora colombiana, actualmente residenciada en Argentina, relató que ha vivido de cerca la realidad de ser migrante y lo que implica en cada país en el que ha vivido. Ese choque entre lo que se percibe como identidad, y que lentamente se difumina en la medida que dejas de pertenecer al país que dejaste, pero sin asimilar por completo el nuevo hogar. Afirmó que sabe bien por lo que pasan muchos venezolanos en Colombia y otras tierras.
“El problema es que es invisible, como si no existiera. En Colombia creemos que no hay xenofobia y la hay, creemos que no hay racismo y los hay. Es una sociedad tan turbia y con tantos problemas que precisamente esta migración le ha dado paso a que aflore”, resaltó.
Por eso aseveró que una de las formas de promover el contradiscurso hacia la palabra veneco pasa por visibilizar realidades y alzar la voz contra los discursos de odio. También por una mayor responsabilidad de los medios de comunicación y personalidades públicas, de no fomentar estas narrativas, como cuando se resalta la nacionalidad de un delincuente aunque no sea relevante para la noticia, o se generaliza proyectando las inseguridades de la sociedad sobre una minoría.
Así, los esfuerzos actuales por reivindicar el término, aunque aún están lejos de lograr su objetivo, ya apuntan a un cambio en la forma en que se perciben las palabras. Una transformación de los significados que se está gestando en las generaciones más jóvenes y que en el futuro podría evolucionar para volver a sus raíces como testigo de un fenómeno histórico, pero con una nueva identidad, y sin la etiqueta de peyorativo en el diccionario. “El lenguaje está vivo, va cambiando, y la migración influye mucho en ello”, resaltó Henao.
Con información de El Diario