El lento avance hacia el bienestar de los pulpos, animales inteligentes y sensibles

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Los pulpos usados en laboratorios en Estados Unidos tendrán la misma protección que monos y ratas a la hora de experimentar con ellos. Esto significa que será de obligado cumplimiento para los científicos americanos, por ejemplo, proporcionarles tranquilizantes o suministrarles anestesia durante los estudios en los que puedan causarles daño.

Una vez aprobada esta directiva, Estados Unidos se unirá a la aún corta lista de países y continentes que velan por el bienestar de los cefalópodos también en laboratorio. Canadá, Nueva Zelanda, Australia, Suiza y Noruega protegen a los pulpos en la investigación científica, así como también la Unión Europea, que, de hecho, fue uno de los países que se adelantó al resto del planeta con una directiva publicada en 2010. En 2021, el gobierno del Reino Unido incluyó los moluscos cefalópodos, como pulpos, calamares y sepias, en su Proyecto de Ley de Bienestar Animal reconociéndolos oficialmente como «seres sintientes».

Sufrimiento acreditado científicamente

En España, a raíz de la directiva europea, existe un Real Decreto que regula la experimentación con pulpos y otros cefalópodos. En Europa, la razón para incluir a estos animales invertebrados entre los animales que deben gozar de protección durante la experimentación radica en que existen pruebas científicas que acreditan la capacidad de estos animales de “experimentar dolor, sufrimiento, angustia y daño duradero”.

En Estados Unidos la situación no está aún tan avanzada, pues los cefalópodos no están sujetos a la mayoría de las regulaciones existentes para el bienestar animal. Pero también allí se están dando pasos para mejorar la regulación de la experimentación y, por ende, el bienestar de estos animales. Así, los Institutos Nacionales de Salud (NIH) han publicado una convocatoria de información para ayudar a dar forma a sus directrices propuestas para la protección a pulpos y sepias.

Aunque hay aún mucho que conocer sobre los pulpos, la evidencia científica actual ya ha demostrado que son inteligentes y sensibles, además que posiblemente también tengan conciencia de sí mismos. Además, algunos documentales, como ‘Lo que el pulpo me enseñó(Netflix, 2020), han puesto sobre la mesa las increíbles capacidades de estos cefalópodos, mostrándolos como animales sintientes y capaces de relacionarse con los humanos.

“Una creciente evidencia demuestra que los cefalópodos poseen los mecanismos biológicos necesarios para percibir el dolor”, añade el documento firmado por el NIH, que insiste en que estos animales cuentan con nociceptores y un sistema nervioso centralizado. “Además, se ha demostrado que los cefalópodos exhiben un aprendizaje adaptativo, alteran su comportamiento en respuesta a estímulos nocivos y exhiben respuestas similares a las de los mamíferos a los anestésicos”, recalcan.

A raíz de todo lo que se ha investigado, se ha constatado que el sistema nervioso de estos animales es muy complejo, por lo que se necesita investigar más para entenderlos del todo y los estudios con pulpos se han multiplicado en el país.

Falta regulación para la producción destinada al consumo

Pese a los avances en la protección de estos animales, los cefalópodos destinados a consumo humano siguen sin considerarse seres sintientes y, por ende, se les priva de gozar de una protección. Ni en la Unión Europea ni en España existen leyes específicas que regulen el bienestar de los pulpos cuando se destinan a la producción para consumo humano. Una circunstancia que ha sido muy criticada y, en especial, tras la aparición de proyectos de “granjas” de pulpos en nuestro país.

En concreto, la empresa española Nueva Pescanova ya ha mostrado sus planes para crear una factoría cerca del puerto de Las Palmas de Gran Canaria, en la que planea criar alrededor de un millón de pulpos al año para ser consumidos como alimento alrededor del mundo. Los documentos dados a conocer por varias entidades develan las “crueles” condiciones en las que se criarían los pulpos, así como los métodos propuestos para matarlos, algunos tan controvertidos como utilizar agua helada de hasta -3 grados centígrados.