Halcón peregrino: una bala voladora a casi 400 km/h

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Ni Michael Schumacher en su Ferrari podría alcanzarlo. El halcón peregrino (Falco peregrinus) es el verdadero amo de los cielos cuando sale a cazar; no hay ningún animal que pueda seguir su ritmo. Cuando se lanza en picado sobre su presa, es capaz de alcanzar los 380 km/h e incluso los 400 km/h. Una verdadera bala voladora sin rival. No es de extrañar que estas excepcionales dotes sirvieran de inspiración al cineasta George Lucas cuando bautizó una de sus naves galácticas con el nombre de ‘halcón milenario’.

Nadie lo esperaría por su tamaño. El halcón peregrino es un ave pequeña y compacta, pero que, a su vez, ha sido dotada por la evolución con unos buenos músculos y con unas alas preparadas para también planear.

Toda su anatomía parece diseñada para un solo fin: aumentar su velocidad. Y, para no hurtarle ni una pizca de aerodinámica, su cola tiende a esconderse debajo de sus alas cuando inicia su tremendo picado.

De hecho, si puede adquirir tal velocidad en sus descensos es porque, en realidad, comparte los fundamentos físicos y aerodinámicos de un misil. Eso es lo que le permite sobrevivir. Sus caídas en picado desde las alturas le permite coger totalmente desprevenidas a aves pequeñas y medianas, a las que sencillamente noquea con un golpe de sus patas en pleno vuelo.

Cuando el halcón peregrino divisa una buena presa, lo primero que hace es urdir el plan perfecto para poder alcanzar su fantástico manjar. Su manera de cazar es muy elaborada y con frecuencia la captura de una presa es el resultado del ataque combinado de macho y hembra.

Así, si se encuentra volando a gran altura en el momento de divisar a una presa, suelen optar por caer encima de ella a más de 200 kilómetros por hora -a veces llegan a casi 400- para dejarla inconsciente en el aire.

Un estudio que probó la física ideal de vuelo de un halcón encontró un límite de velocidad teórica a 400 km/h para el vuelo a baja altura y hasta 625 km/h para el vuelo a gran altitud. Sin embargo, la máxima velocidad realmente medida fue en 2005, cuando Ken Franklin registró el vuelo de un halcón a una velocidad máxima de 389 km/h.

A modo de comparación, el Ferrari Enzo del campeón mundial Michael Schumacher se queda en una velocidad máxima de 350 km/h. Perdería la carrera contra un Falco peregrinus.

Un prodigio de la naturaleza

Pero ¿cómo puede resistir un animal un descenso tan violento sin que se resientan sus sentidos? Para ello, el ave pone en marcha varios mecanismos con los que le ha dotado la evolución para este fin.

La presión del aire de un picado a 320 km/h podría dañar los pulmones del ave, pero los pequeños agujeros óseos en las fosas nasales de un halcón peregrino guía las ondas de choque de aire que entran en dichas fosas nasales, lo que le permite al pájaro respirar con más facilidad en ese momento crítico, gracias a la reducción de la variación de la presión del aire.

Para proteger sus ojos a tan tremendas velocidades, los halcones usan sus membranas nictitantes (un tercer párpado) para dispersar las lágrimas y despejar de escombros sus ojos mientras, al mismo tiempo, mantiene la visión.

Al llegar a su objetivo, el halcón peregrino golpea en el aire a su presa con una de sus garras apretadas, aturdiéndola o matándola, y, acto seguido, vuelve a ella para atraparla en el aire. Luego acaba devorándola en el suelo.

El peregrino también pasa parte de su tiempo posado en piedras, atento a cualquier movimiento. Los ornitólogos describen su carácter como algo errático, pues “a veces sin previo aviso ataca y mata a cualquier pájaro que pasa cerca de él”.

“En estos casos parece quedar como anonadado por lo que ha hecho y entonces puede dejar abandonada su presa y volver a ella más tarde”, describen los expertos.

Su manjar preferido es la paloma, una máquina de vuelo que, gracias a su tamaño, anchura de alas y potencia de vuelo, escapa de la mayoría de depredadores alados. Excepto de uno: el halcón peregrino actúa con rapidez, es veloz y provoca un impacto que deja a la paloma aturdida.

El Falco peregrinus peregrinus ocupa en Europa las Islas Británicas al Oeste, Francia del noroeste, norte y nordeste y quizá los Pirineos y la costa cantábrica en España.

No obstante, en nuestro país corre peligro de ser reemplazada por la subespecie brookei, que ya ocupa el sur de Francia, la mayor parte de la Península Ibérica, sur de Italia, islas mediterráneas, Grecia, Asia Menor y noroeste de África. Más al Norte, ocupando las tundras de Eurasia y las islas del Océano Ártico, desde Laponia hasta el río Lena en Siberia, vive la raza calidus.

Presenta un acusado dimorfismo sexual invertido, lo que supone que las hembras resulten considerablemente mayores y más pesadas que los machos.

Su hábitat preferido son los acantilados marinos o los roquedos en interior, y evita cuanto puede frecuentar los bosques, dado que para sus técnicas de supervivencia requiere volar en terrenos abiertos.

Sin embargo, pese a esas pocas preferencias, el halcón peregrino suele ser muy resiliente a los cambios. Lo mismo se puede encontrar una pareja anidando a nivel del mar como a 3.000 metros de altitud.

Además, se adapta a todas las situaciones y climas, por lo que vive en zonas árticas y en desiertos y páramos calurosos o en lugares tropicales e incluso ciudades. A pesar de haber pasado por periodos de hambruna (por escasez de presas) y de graves daños causados por humanos (al ingerir plaguicidas y otros venenos agrícolas), su gran capacidad de adaptación le ha convertido en protagonista de una de las páginas más exitosas de la historia de la conservación.

Si en 1975 se censaron tan sólo unos 650 ejemplares en sus zonas de cría en Estados Unidos, cuando sus poblaciones habían sido diezmadas por el DDT, en la actualidad se estima que esta población reproductora ha crecido hasta los diez mil ejemplares.

En España, el último censo, de 2008, sitúa en unas 2.800 parejas su población, muy repartida por toda la Península y las islas Baleares.